Hoy vamos a hablar de otra República Dominicana, alejada de los resorts de Punta Cana y de la zona colonial de Santo Domingo que tan bien conocemos. Vamos a sumergirnos en la República Dominicana rural, en la vida de los dominicanos que trabajan la tierra, de quienes viven con humildad en pueblos aislados, lejos de las zonas turísticas y de las costas hoteleras. Vamos a adentrarnos en una pequeña aldea de Puerto Plata, no muy lejos de Luperón, que se llama La Escalereta.

Y en medio de las tierras de Puerto Plata se encuentra La Escalereta

La Escalereta es un pequeño pueblo dominicano situado en la localidad de Las Canas Imbert, en la provincia de Puerto Plata. Como muchos municipios rurales del país, La Escalereta se organiza a lo largo de la carretera principal. Al noroeste se encuentra Luperón, a unos veinte minutos, y a una hora está San Felipe de Puerto Plata, conocida comúnmente como Puerto Plata.

Este humilde pueblo vive principalmente de la agricultura, más específicamente de la ganadería bovina, ya que el clima no es favorable para el cultivo, a diferencia del Cibao o de la provincia de Constanza, donde se alza el punto más alto del Caribe: el famoso Pico Duarte.

El trabajo como libro de fe

En La Escalereta, los días se marcan por las horas de sol. Las jornadas comienzan al amanecer, cuando el sol aún está bajo, y cuando los hombres pueden dedicarse a las tareas arduas que exigen los oficios ancestrales que alimentan a los suyos. Allí, el agua escasea durante el verano. Puede no llover durante meses, a diferencia de otras regiones donde las lluvias alcanzan cifras récord.

Lejos de las preocupaciones urbanas, los hombres se preocupan por el bienestar de sus animales, por la cantidad de leche ordeñada, por la hierba que escasea y que falta al ganado joven. El pueblo es una comunidad donde todos aportan en la medida de lo posible. La ociosidad apenas tiene lugar, y el trabajo es cotidiano.

La esencia dominicana con toda dignidad

Pero pueblos como La Escalereta representan la esencia misma de lo dominicano. El merengue marca las horas, la juventud se encuentra en el estadio para jugar béisbol, el deporte nacional, y los domingos son momentos para reunirse en familia y compartir un delicioso sancocho con sencillez. Las miradas de los mayores cargan con cataratas inevitables, pero sus apretones de manos conservan la fuerza juvenil que aún no se ha apagado. Las condiciones difíciles forman cuerpos endurecidos por el esfuerzo.

Y las mujeres no se quedan atrás, ni mucho menos. Verdaderos pilares familiares, tras criar a sus hijos, crían a sus nietos, a sus sobrinos, incluso a los niños del vecindario si hace falta. Sí, es el retrato de un cliché patriarcal, pero la cultura está profundamente arraigada, y cada uno tiene su lugar, a pesar de las aspiraciones que en las grandes ciudades se asfixian y rara vez echan raíces en estas tierras conservadoras.

Una realidad dura y corazones tiernos

Volvamos a nuestro pueblo de La Escalereta y a sus casas coloridas. Como en muchos lugares de República Dominicana, la vivienda adopta dos formas principales. Las familias más acomodadas viven en casas de cemento y bloques; las otras, en viviendas de madera, construidas con tablones y techadas con zinc. Decoradas con gusto, estas viviendas minimalistas respiran sencillez, funcionalidad y generosidad. Y casi siempre, un árbol de mango plantado con sabiduría regala sus frutos y su sombra a los que viven allí, donde los niños juegan sin contar las horas bajo el sol tropical. ¿Un mundo del pasado? Tal vez. ¿Un mundo feliz? Sin duda, aunque las familias enfrenten dificultades que no sabríamos imaginar.

Más que un pueblo, una razón de ser

La Escalereta, Puerto Plata – Mario Aybar Hierro

La Escalereta es, sí, un pueblo dominicano. Los mojitos están lejos, y las vacaciones en las playas de arena blanca de Punta Cana son a menudo un sueño inalcanzable para la mayoría de sus habitantes. Pero La Escalereta es la esencia misma de lo dominicano. Gente alegre, con el corazón en la mano, y una firme voluntad de servir a Dios, porque la religión está presente en cada palabra, en cada gesto de sus habitantes.

A su manera, La Escalereta es un viaje en el tiempo. Y no es una excepción, porque la República Dominicana rural representa la mayor parte del país, aunque se la conozca poco. Descubrir esta República Dominicana es un verdadero cambio de perspectiva. Una especie de regreso a las raíces, para nosotros, los occidentales, que muchas veces solo conocemos lo que nos muestran las guías turísticas. Lo que está fuera de los caminos marcados no suele figurar en los libros. Y estas joyas culturales a menudo se encarnan en un pueblo sin pretensiones, en una parada entre dos destinos.

Este pueblo, La Escalereta, no fue una parada al azar. Fue la cuna del padre de Mariel. El lugar donde creció, vivió y contribuyó a su comunidad con humildad, con una sola ambición: hacer el bien. Su nombre es hoy el de la calle donde creció, y que el pueblo ha decidido entregarle: Calle Mario Aybar Hierro.